Cuando cayó la tormenta de sus ojos.
Nunca supo controlar un corazón salvaje,
que lejos de ayudarle a galopar siempre acababa tropezando en el barro.
Qué le vamos a hacer, es caos de medianoche.
Siempre tan emocional y difícil de comprender,
amigo de la soledad y amante de estos versos que desangran cicatrices.
Es ese caminante sin camino que nunca hizo camino al andar,
que se perdió entre tantos faros que juraban ser estrellas.
Fue aquel que siempre creyó en la magia de los actos,
y en la bondad de las personas.
Es ese chico que amo a Judas cuando todo el mundo le gritaba que acabaría mal.
Era aquel que se emborrachaba por las noches y baila,
solo baila, esperando que al día siguiente todo fuera distinto.
Que aquel que le juro amor, volvería.
Porque, joder! Lo juró.
Y él.. se lo creyó.
Creyó todas las mentiras, aunque lo sabía.
Sabía todo desde el principio, pero algo le empujaba a seguir hacia el desastre.
Porque es bonito vivir en la ignorancia de unos versos, es bonito ser feliz por un instante..
ya que la vida se va a hartar a jodernos.
No hay que tener miedo le decían.
Mírale, parece un juguete roto que ahora llora todas las putas noches
y al día siguiente recompone sus piezas y le da una sonrisa a la vida.
Esa misma que le jode todas las noches antes de acostarse.
Y ahora es cuando el lado izquierdo del pecho pide tregua.
Porque nunca supo nada de vivir, pero andaba por ahí dando consejos
como si supiera realmente de lo que hablaba.
Y no era mejor que nadie, pero también debía recordar que tampoco era menos. Y eso, a veces se le olvidaba.
Que poesía era lo que brotaba de su aliento cada madrugada,
y sus pestañas se convirtieron en refugio todas esas noches de invierno.
París nos había echado, no quiere volver a ser testigo de como ese corazón de cristal se vuelve a romper.
Y mucho menos quiere ser testigo, de como en un intento desesperado de recomponerse acaba cortándose más.
Y aún así debía vivir con su olvido,
todos los días
del resto
de
nuestra vida.
que lejos de ayudarle a galopar siempre acababa tropezando en el barro.
Qué le vamos a hacer, es caos de medianoche.
Siempre tan emocional y difícil de comprender,
amigo de la soledad y amante de estos versos que desangran cicatrices.
Es ese caminante sin camino que nunca hizo camino al andar,
que se perdió entre tantos faros que juraban ser estrellas.
Fue aquel que siempre creyó en la magia de los actos,
y en la bondad de las personas.
Es ese chico que amo a Judas cuando todo el mundo le gritaba que acabaría mal.
Era aquel que se emborrachaba por las noches y baila,
solo baila, esperando que al día siguiente todo fuera distinto.
Que aquel que le juro amor, volvería.
Porque, joder! Lo juró.
Y él.. se lo creyó.
Creyó todas las mentiras, aunque lo sabía.
Sabía todo desde el principio, pero algo le empujaba a seguir hacia el desastre.
Porque es bonito vivir en la ignorancia de unos versos, es bonito ser feliz por un instante..
ya que la vida se va a hartar a jodernos.
No hay que tener miedo le decían.
Mírale, parece un juguete roto que ahora llora todas las putas noches
y al día siguiente recompone sus piezas y le da una sonrisa a la vida.
Esa misma que le jode todas las noches antes de acostarse.
Y ahora es cuando el lado izquierdo del pecho pide tregua.
Porque nunca supo nada de vivir, pero andaba por ahí dando consejos
como si supiera realmente de lo que hablaba.
Y no era mejor que nadie, pero también debía recordar que tampoco era menos. Y eso, a veces se le olvidaba.
Que poesía era lo que brotaba de su aliento cada madrugada,
y sus pestañas se convirtieron en refugio todas esas noches de invierno.
París nos había echado, no quiere volver a ser testigo de como ese corazón de cristal se vuelve a romper.
Y mucho menos quiere ser testigo, de como en un intento desesperado de recomponerse acaba cortándose más.
Y aún así debía vivir con su olvido,
todos los días
del resto
de
nuestra vida.
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